Arantxa Comes

Q&A

¿Cuáles son los libros que te han marcado y que te hicieron querer ser escritora?

Muchos, la verdad. Pero la Arantxa de doce o trece años, sin duda alguna, os diría que «El valle de los lobos», de Laura Gallego, y «Corazón de tinta», de Cornelia Funke. Recuerdo que despertaron una emoción muy concreta en mí. Sentía que no solo estaba leyéndolos, sino que también estaban descubriéndome una nueva forma de ser yo, de expresarme. Mirad si me marcaron que, después de releerlo cien veces y con aquella edad, adapté «El valle de los lobos» con mis amigas durante un verano y me quedó un largometraje de hora y media. ¡Prometo que no exagero!

¿Si pudieras pasar un fin de semana con uno de tus personajes, con cuál sería y por qué?

Cuesta elegir, pero creo que Camille tiene todas las papeletas: es una amiga de diez y cuidaría cada detalle. Además, le flipa «Crepúsculo», así que releeríamos la saga y reveríamos las pelis con un buen maratón. Y por la noche, como vampira y alma de la fiesta que es, me llevaría de jarana a los pubs mágicos más exclusivos de Valencia. ¡Un plan completísimo, vamos!

¿Cuál ha sido la cosa más arriesgada que te has atrevido a hacer en tu vida?

Debería nombrar todas las decisiones que me han llevado a sufrir bastantes accidentes, pero me pasaron por ser absurdamente patosa e inconsciente, ¡jajaja! Ahora en serio: centrarme en mi carrera como escritora. A día de hoy, me dedico a la literatura (aunque no solo a mis novelas). Se suele decir que el arte en general es un sector muy inestable, sin embargo, yo creo que todo en esta vida lo es. Pese a que no puedo negar que a veces se hace duro, me alegra mucho la decisión que tomé de intentar dedicarme a lo que más me apasiona.

¿Cuál es la manía más rara que tienes a la hora de ponerte a escribir?

No son raras, pero sí tengo algunas manías o rituales. Siempre releo el último capítulo que he escrito antes de continuar y escucho alguna canción que haya inspirado la historia. De normal, me acompaña una taza enorme de café o té (sin azúcar, gracias). Aunque, venga, lo confieso: escribo mil veces mejor si voy con pijama. Eso sí, todavía no he ido a mi cafetería de confianza con mis pantuflas de tiburones. ¡Tocará probarlo!